Hace tres años que no escribo en éste blog. Tres años que han pasado sin darme ni cuenta.
Los mismos tres años en los que estuve bloqueada, asustada, triste y creativamente medio muerta y no podía, no sabía, no quería darme cuenta que lo estaba.
Justamente, en octubre de 2015, 20 días antes de escribir el aquel último post, antes del parón, me encontré un recorte de periódico en el suelo. Era éste:
Lo miré, con algo de sorpresa, estuve unos segundos dudando si cogerlo del suelo o no. Me dije en seguida "no estoy de acuerdo" y lo miré con desdén. Pero le tomé una foto. Y la he guardado en el móvil desde entonces.
Y es que de lo que me doy cuenta ahora, es que estaba negando mi dolor. Durante tres años, aguantando y negando estar triste, como si no se pudiera vivir en este estado. Una prohibición auto impuesta, una necesidad de fingir que todo estaba ok, cuando realmente no lo estaba.
Cuando yo decido "fingir demencia" y no quiero darme cuenta de nada, lo hago muy pero muy bien. Y la verdad estaba absolutamente aterrada de reconocer que no me encontraba feliz, ni siquiera un poco contenta, ni con lo que hacía, ni en la manera en que se estaba desarrollando mi vida, sobretodo en lo profesional.
Pero por más que quiera, no se puede estar bien en una parte de la vida y en la otra fatal; al final todo se termina contaminando del mismo malestar. Y la misma demencia me llevó a desconectar absolutamente de la realidad, a vivir en un mundo en el que yo era super fuerte y no me dejaba afectar ni deprimir, y en el que las personas a mi alrededor se difuminaron un poco: familia, pareja, amigos, quizá éstos últimos mucho menos, lo cual me parece curioso.
Entonces me dedique a vivir en automático, modo zombie. Hacía las cosas que debía hacer, decía las palabras que yo misma quería escuchar, reía con afán de encontrar la felicidad y me creía el cuento que yo misma me contaba: " todo está bien" " es una mala racha" " ya todo cambiara" pero no hacía absolutamente nada para que eso cambiara.
No era capaz de crear casi nada, si lo hacía en realidad no lo disfrutaba demasiado o estaba insegura de lo que hacía, escribía y lo deja a medias, actuaba sin fe y sin disfrute, dirigía a duras penas.
El 2017 fue el peor año, no fui capaz de hacer nada. Me instalé en la inercia, acepté un trabajo que rechazaba desde mis vísceras (tanto así que me enfermé de urticaria), me refugié en el mal humor, en un odio contra el mundo, en la falsa comodidad de la vida "normal"
Fue una decisión que tomé por mí misma, en vista que no disfrutaba nada de lo que hacía, me "tomé un tiempo" para ver que quería hacer. Me alejé de las palabras, del teatro, de la inquietud por decir cosas. Me encerré a mí misma en un lugar complaciente, un lugar habitado por todo mis demonios que lograron cogerme de los brazos y las piernas y hundirme en un lugar oscuro.
Todo ésto por dentro, por dentro el vacío, por dentro el miedo, por dentro la oscuridad que salía en forma de ira. Por dentro esa voz que me decía "muévete" "¿que haces?" "te mueres" "despierta" y que yo me forzaba a no escuchar.
Cuando nos quedamos atrapados en semejante estado pueden pasar tres cosas: que busquemos ayuda, que quienes nos conocen bien se den cuenta de lo que nos estamos haciendo (nosotros no lo hacemos) y nos den la mano para ayudarnos a salir del foso, o que la oscuridad se lo coma todo, como en la historia sin fin.
A mi me pasó lo último. En un abrir y cerrar de ojos, la vida dio un vuelco en el que aún estoy tratando de caer de pie. Adiós pareja, adiós casa, adiós ciudad, adiós a una vida construida durante siete años.
Duele, si. Y mucho.
Se activó el botón "reinicio" y no me dio tiempo de pedir "tiempo", el tiempo se había acabado. Yo lo había dilapidado tratando de disimular obstinadamente que estaba bien. Explotó la bomba en la cara, cuando menos lo pensaba, y en la parte de mi vida menos esperada.
Ahora vivo en Madrid, vuelvo a replantear mis aspectos esenciales. La semana que viene cumplo 39 años y por primera vez en muuuuucho tiempo lo celebraré con mi familia, por primera vez en siete años "separada". Las cosas agridulces suelen gustarme en la gastronomía, tendré que disfrutarlas también en la vida.
Mucha gente me dice que soy valiente, que soy fuerte y decidida. Que todos los cambios son para bien, que vendrán cosas buenas y mejores.
En una parte tienen razón, pero no me tomo todo el crédito. Es el instinto de supervivencia el que me ha hecho escapar de la implosión. Ya lo ha hecho varias veces, ésta es la tercera.
Así que ahora puedo entender el enunciado de aquel artículo. Ahora que me permito sentir el dolor y la tristeza. Ahora que me despido. Creo que cuando nos despedimos de lugares y personas también nos despedimos de la persona que éramos, la abrazamos y le damos las gracias a todos. Gracias por lo vivido, por lo aprendido, lo disfrutado y por lo sufrido.
Ahora estoy en el camino de regreso, un camino que cambia cada vez.
Ahora que debo decir: Adiós, he vuelto.
N.P