domingo, 10 de abril de 2011

WAGNER al final del mundo….


"Si el hombre en la vida rinde homenaje al principio de belleza, si se regocija de esta belleza manifestada por su cuerpo, el sujeto y la materia artística de la reproducción de dicha belleza son el hombre mismo, viviente y perfecto. Su obra de arte es el Drama y la redención de la plástica es precisamente el desembrujamiento de la piedra, el retorno al hombre de carne y hueso, el paso de la inmovilidad al movimiento, de lo monumental a lo actual".
R. Wagner



No sé cómo empezar una reflexión acerca de Wagner y la obra de arte total desde el punto de vista intelectual. Sobre todo porque hasta ahora mi conocimiento sobre la obra de Wagner se remitía a conocer someramente algunas de sus obras más famosas, más por la música que por su significado, y porque me parece que volver a intelectualizar en el tema es como llover sobre mojado, desde mi humilde posición no me veo en condiciones de aportar nada nuevo y corro el riesgo de cometer una barbaridad ante la sapiencia de los entendidos en el tema.
Así que, procediendo con toda la honestidad que me es posible y valiéndome del recurso que me siempre me ayuda a concatenar mis dispersos pensamientos, me he propuesto a escribir estas líneas como una reflexión provocada por el espíritu wagneriano y sus implicaciones en este innombrable S. XXI, a riesgo de parecer salpicada por un pesimismo Schopenhauer-iano
Al encontrarme ahora de manera un poco más profunda con su propuesta de “Obra de Arte Total” en la que prevalece el ideal del arte como transformador del hombre y del mundo, me hace pensar en la verdadera utilidad del arte hoy por hoy, en un mundo donde importan más las posesiones y las personas se alejan cada vez más de la belleza sublime para refugiarse en una belleza pre fabricada y banal. ¿A quién puede interesarle lo que hagamos las personas dedicadas al arte, cuando aparentemente la necesidad de supervivencia económica es potencialmente mayor? Cubrir las necesidades básicas y ocupar el poco tiempo restante en nada, pasar unas horas frente a la T.V, salir a tomarse unas copas y desgastar las pocas energías que quedan en un bar o una disco, dormir la resaca y volver a trabajar al inicio de la semana. En esto se ha convertido la vida de una mayoría considerable de ciudadanos alrededor del mundo. ¿Y el arte?, ¿qué lugar ocupa?
El arte, como un ente transformador de la cultura, como la máxima interpretación de la belleza ha tenido que sucumbir en no contadas ocasiones a los nada exigentes gustos del hombre actual. El arte, como lo planteaba Wagner, hecho para “elevar a las personas” ha quedado hundido en el ego grandilocuente de “creadores” cuya más alta meta es ser reconocidos y aplaudidos por “su” obra, dejando atrás la concepción de arte como comunión de los sentidos y de los hombres en el disfrute, regocijo y celebración de la belleza. El sentido comunitario del drama propuesto por Wagner, el confluir de las artes para lograr influir sobre la humanidad, cambiar al mundo, sensibilizar a cada ser humano, sigue siendo una utopía un tanto ingenua. El individualismo es la doctrina que hoy lleva la delantera, pisando lo más alto para salvar la cabeza en palabras de Aute, la supervivencia del más apto a la manera de Darwin.
El espíritu romántico con un toque adolescente de tratar de cambiar al mundo encuentra poco eco en nuestra realidad, infestada e infectada de hiperinformación y consumo y el arte lamentablemente escapa en pocas ocasiones, o quizá, por ser excepciones la repercusión no es tan notable y terminan arrinconadas entre tanto cartel luminoso y vacío.
Sin embargo, para aquellos que seguimos creyendo en una luz al final del túnel, que conservamos secretamente la esperanza de que el arte constituya el arma más fuerte, aquellos capaces de emocionarnos idiotamente como Cortázar ante los destellos de belleza que podemos encontrar en lo que vemos, aquellos que soñamos con la posibilidad de brindar un pequeño refugio entre tanta guerra, los que desde nuestras posibilidades seguimos trabajando desinteresadamente y nos conformamos con modificar a un solo espectador, encontraremos siempre en el genio de Wagner un impulso para no decaer. Si algo puedo rescatar de lo que he conocido sobre su vida es que para ser un gran hombre no hace falta ser perfecto, sino soñar con la perfección de un mundo que parece estar llegando a su final.

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